martes, septiembre 19, 2006

La chiquilla que detuvo el viento con las pupilas esmeralda
soñaba con sacrificios de ojos vendados
que negaban el don de la visión.

El viento,
retenido en las colinas donde ya nunca baila el agua,
aullaba
Arrojaba rabia y veneno
sobre la falda abierta a la lluvia.

Porque
la chiquilla que detuvo el viento con las pupilas esmeralda
se alzaba, entera, entregada,
al agua que debía llover,
diez mil veces mil,
sobre ella para destilarla.

La lluvia era un rumor de labios,
renovada promesa de purificación
que traería, tras sí, un aire nuevo.

La chiquilla que detuvo el viento con las pupilas esmeralda,
escuchaba cada huella y cada arruga.
Susurraban: “oboete iru… zutto”.

La chiquilla que detuvo las pupilas esmeralda con el viento,
sabía que abrazada al él, no necesitaría más joyas
para sus ojos de agua, que podía cerrarlos,
y que los susurros
son promesas de una lengua antigua, más dulce,
que describe los secretos del corazón
con más verdad que una mirada.


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