Apoyo la barbilla en la mano izquierda (la izquierda, siempre, siempre la izquierda), entrecierro los ojos y me pregunto (girándome hacia dentro, mirándome a los ojos)
“¿Cómo lo hacen?”
No me contesto, continuo observándolos.
Callada y ya irreflexiva de nuevo.
Luego, (vuelvo a girarme, más adentro aún, mucho más. Profunda. Abajo, abajo, más abajo) te miro, directamente a la nuca, con los labios cosidos por la duda
“¿Porqué nosotros no podemos hacerlo?”
Regreso a ellos, para ver algo que me haga sonreír.
Y sonrío, aunque nunca tenga una respuesta a mis dudas.

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