Ángeles de insomnio y tristezas azules, podría escribir sonrisas destrozadas, que nadie entendería como falsas más que vosotras, pero después de tantas noches y tantas madrugadas malgastadas, no voy a camuflar ni un gramo de la pena.
Respiro agonía escondida entre las costillas. Son mis propias uñas las que la empujaron entre las rendijas. Y son los pulmones los que empujan estas sonrisas idiotas y las asoman a los labios como el pim pum pam nuestro de cada día.
No es que sea malo que aboguemos por el optimismo en el que no creemos. Es bueno, es amoroso para los que queremos. Total, como si ellos no supieran tan bien como nosotras todo lo que hay de malo. Es bueno, es amable para los que queremos, que sólo alcemos la voz para hablar de esa parte buena que vemos. Aunque no creamos en ella.
¿Pesimistas? No ¿Optimistas? No. Sentadas en la quietud que da la nostalgia nocturna todo se ve. Se ve todo.
Se huele distinto, se escucha diferente. Nada se escapa. Luego, ¿quién puede evitar que se escurra el pensamiento al lado menos dulce?. Está ahí, lo veo, lo vemos… Pero no termina de convencernos. (Mátame por no aplaudir el rosa que me pusieron de color en las paredes).
¿Qué digo? No se. Sólo que hay un bichito de luz revoloteando entre la punta de mi nariz y mi frente.
Pero también está esa polilla oscura, con la calavera grabada en la espalda, golpeando las paredes de este hogar que siempre ha habitado.
Está esperando el momento oportuno para el : “te lo dije. Lo sabía”
Sabemos que llegará. Todo los finales son inevitables.
Ahí está. Siempre está. Nadie la echará nunca de mi casa, pero necesitaba decirlo.
Él lo habría entendido.

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